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Nothing else ever

Crónicas EXTREMAS. Hoy: leyendo a Proust

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A este humilde servidor de usted, apasionado lector, siempre le ha interesado –con sencillez lo digo, sin querer hacer un juicio de valor- sumergirse en la buena literatura, en las letras, en el mundo del pensamiento y las bellas artes. Harry Potter (especialmente el excelso “La piedra filosofal”), Dan Brown, Crepúsculo, Paulo Coelho: todos ellos, autores y obras dispares entre sí, es cierto, con distintos mensajes y estilos, pero que me han acompañado a lo largo de interminables viajes en subte, en tren, en colectivo, en auto (como acompañante, por supuesto, jamás manejando), en espera de médicos, dentistas, cirujanos, filas de conciertos, de supermercado, para pagar el gas, la luz, la casa, el cable, las cuotas del viaje a Chapalmalá. Han sido y son mis grandes compañeros (y, porqué no, amigos) silenciosos. Y, como considero que se debe hacer en la vida, siempre trato de encontrar nuevos amigos, nuevos “compañeros de ruta”. Es por eso que hoy, en esta fecha, de tarde y en mi hogar, trato de abordar a un escritor llamado Marcel Proust. No es muy conocido. En la fila para comprar en el almacén le pregunté a mi vecina, dona Rita, si lo había leído, y me dijo que no, que lo único que leía eran los prospectos de los medicamentes y hasta para eso necesitba ayuda del nieto cuando la letra era muy chiquita. Le agradezco su respuesta, avanzo en la fila, pero me decido a preguntarle a alguien más. Más tarde le pregunto a un amigo si lo había leído y me dice que sí, que lo leyó, pero que “es para putos”. En efecto, según averigüé más tarde, Marcel Proust era puto (u “homosexual” como se dice ahora), pero no temo que eso afecte mi sexualidad: mi hombría está bien definida y leer un libro no me va a hacer invertido. Así que, curioso y decidido ya, compro los siete libros que integran su novela “En busca del tiempo perdido”. Sí, es toda una sola novela, pero viene siete libros diferentes: “Por el camino de Swann”, “A la sombra de las muchachas en flor”, “El mundo de los Guermantes”, “Sodoma y Gomorra”, “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado”. Admito que adquirir los libros constituyó un considerable esfuerzo económico, ya que cada uno de ellos era un volumen distinto que se abonaba, por supuesto, por separado. Así que era como comprar siete libros (grandes por otra parte) así de una , como si nada, lo cual lógicamente, y especialmente en estos días de crisis (porque sí, la crisis del sistema capitalista persiste, por más que los “gurúes” de la economía digan lo contrario, que no que ya salimos: no salimos nada, mi billetera está cada día más flaca), es todo un esfuerzo y un gasto importante.

Así, ya en mi casa, con la novela “En busca del tiempo perdido” completa por sus siete tomos: “Por el camino de Swann”, “A la sombra de las muchachas en flor”, “El mundo de los Guermantes”, “Sodoma y Gomorra”, “La prisionera”, “La fugitiva” y “El tiempo recobrado” me siento en mi sillón favorito, los volúmenes apilados en la mesita contigua, uno arriba del otro: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete. Los siete forman un relato de más de mil páginas, lo cual es abrumador. ¿Qué puede ser lo que tenía para decir Proust que le llevó más de mil páginas decirlo? No lo sé, pero la pregunta me inquieta, así que tomo el volumen uno de la novela, titulado “Por el camino de Swann” y lo abro en el primer capítulo, particularmente en la primera página. Sé que estoy ante un escritor serio, importante, así que trato de concentrar todos mis sentidos y destreza intelectual (lamentablemente un poco embotados por esas copillas de alcohol que descuidadamente tomé al llegar a casa) en la lectura de, dicen, esta obra magna del Siglo XX.

Leo la primera frase: “

Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces
apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni
tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo» . Y media hora después
despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería
dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de
un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre
lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas
reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema
de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco
I y Carlos V.

”.Guaug. Me detengo a analizar su significado, a comprenderla, a saborearla. Tomo una copilla más. Lamentablemente, me parece que me detuve demasiado porque cuando me desperté ya eran las doce de la noche pasadas y al otro  día me tenía que levantar temprano.

Written by porlaverdad3

18/03/2010 a 16:06

Publicado en Miscelanea

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